CRÓNICA
DE UN NOCTÁMBULO
“Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra
manera y, sin embargo, sucedieron así.”
Miguel Delibes – El Camino.
I.
El minutero del reloj
avanza, estrepitoso e imparable, hacia el fin de los escombros de domingo, la
noche fría, trae consigo algunos recuerdos que llenan los espacios blancos de
esta hoja; llevo buen tiempo frente al computador, escribiendo y borrando (si
así fuera la vida, un control zeta bastaría para solucionar todo) frases y
oraciones, con una extraña sensación de nostalgia. Escribo al ritmo de “we all together”, uno de los grupos
pioneros del rock peruano allá por los setentas, escucho “lo más grande que
existe es el amor” una y otra vez sin aburrimiento.
La noche no se detiene,
y a mi nada me detendrá pues me he tomado ya cinco tazas de café bien negro. La
noche se torna difícil, no se me ocurre nada, miro cada espacio de mi
habitación y no encuentro nada, quiero ir a dormir pero no logro conciliar el
sueño debido al café que he bebido. Miro el techo de mi habitación echado en mi
cama en la oscuridad, la inspiración se ha marchado, hoy no me acompaña, ¡espero
que vuelva mañana! me digo a mi mismo, mientras oigo el segundero del reloj que
avanza estrepitoso e imparable.
II.
Los primeros rayos de
sol invaden mi habitación, la invade también el trinar de los pájaros que juegan
dando saltos entre las ramas del viejo ciprés que deja su olor a naturaleza,
tengo que dejar de escribir, mi buen amigo el silencio se ha marchado, llevándose
consigo la inspiración; no he pegado los ojos en toda la noche y la verdad es
que aún no tengo sueño, decido mantenerme despierto durante el día para poder
dormir tranquilo esta noche.
Me doy un baño y tomo
el desayuno, para salir a las nueve en punto de esta mañana soleada, con
dirección a la universidad, hoy tengo que matricularme, sin embargo, a la
autoridad universitaria se le dio por cobrarme, simplemente por estudiar una
segunda escuela profesional, veinte luquitas por crédito, que harían un total
de cuatrocientos ochenta soles, por suerte algunos estudiantes en la misma
situación deciden protestar, y exigir obvias consideraciones, son las nueve en
punto y cierro la puerta al salir.
III.
Luego de hacer algunas
cosas, que no detallaré aquí, y ya el sol cerca del cenit, subo a la combi,
avenida el ejército pregunto, y el cobrador contesta de mala gana, ya en la
combi, medio vacía, tomo asiento y el sueño comienza a vencerme, el tiempo
avanza más rápido entre pestañeos. Miro a través de la ventana de la combi y
hay un número reducido de estudiantes en las afueras del edificio
universitario, bajo de la combi, cruzo la calle tranquilo, no conozco a nadie,
solo vi su rostro que atrajo mi atención, un rostro bello y armonioso que podía
distinguir entre la muchedumbre, ella estaba acompañada de otra chica, supongo
su compañera, estaban sentadas en el borde de la rejas del edificio
universitario, solo la miré, no me decidí a acercarme a entablar una
conversación, no pude, pensé una y mil veces, pero no pude, hoy me acompaño la
cobardía, no tuve el valor de acercarme y hablarle, sin embargo advertí que
circulaba una lista, deduje que todos debíamos de anotarnos y no perdí la oportunidad
de saber su nombre, así que tome asiento a unos metros de ella, y esperé a que
la lista circulase, cuando llego hacia mí la lista, me aseguré que ella anotara
el suyo, conté las personas que me separaban de ella, eran tres, así que hice
la cuenta inversa, conté tres hacia arriba de la lista y encontré su nombre
Danitza Maritza es el nombre que hasta hoy retumba en mis pensamientos, el
nombre de aquella chica que hoy inspira esta croniquilla de nulo valor
literario. Dos cosas tengo claras de ese día, el rostro hermoso de aquella
chica de nombre con rima y la sensación de que la universidad vaciaría mis
bolsillos esa mañana.
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